Reseñas

miércoles, 13 de noviembre de 2024

La cinta Duncan - Todd Keisling / La Biblioteca de Carfax

La editorial La Biblioteca de Carfax sigue nutriendo de contenido a su línea Deméter, su receptáculo para la ficción corta de terror actual.
Por sus pequeños, pero matones, volúmenes han pasado nombres como Stephen Graham Jones, Samantha Kolesnik, Max Booth III, Laird Barron o Ali Seay, además de S. L. Coney, recién llegade a la colección. 
Un variado vistazo al terror contemporáneo en versión novela corta a la que se suma La cinta Duncan, adaptación al castellano del "Scanlines" de Todd Keisling, un autor que debuta en nuestro país.
Para no romper la dinámica, La cinta Duncan me ha parecido una lectura magnífica, con un toque generacional que me atrapó de inmediato, una buena dosis de mal rollo, oscura y con una percepción muy clara y directa del suicidio.


Título: La cinta Duncan / "Scanlines"
Autor: Todd Keisling
Editorial: La Biblioteca de Carfax, 2024
Traducción: Shaila Correa
Páginas: 160
Rústica con solapas

Robby y sus amigos solo quieren descargarse algo de porno un viernes por la noche. Pero a principios de los 90 las descargas no son del todo fiables, y terminan viendo el suicidio televisado de un político. A partir de este momento, el hombre muerto de la cinta los acosa sin descanso, se les aparece en sueños y les tienta con la idea de morir. Solo buscan librarse de él, pero se darán cuenta de que han emprendido un camino del que no hay retorno. ¿Qué pueden hacer para detenerlo? Cualquier cosa que intenten, solo conseguirá enredarlos aún más en las fauces sanguinolientas del hombre muerto.


Mediados o finales de los años 90. 
Un módem que metía muchísimo ruido, un montón de cable telefónico para enchufarlo a la toma telefónica (no tenía ninguna cerca del ordenador) y paciencia, mucha paciencia para rebuscar por una incipiente Internet.
Foros, mIRC, Napster, ftps, Winamp y sus skins, videos a bajísima calidad, intaladores de juegos y fotos que iban tomando forma poco a poco ante tus ojos, casi como un cuadro mágico.
Lo tenías todo al alcance de la mano... pero no. 
Ahí jugaban un papel importantísimo las descargas, auténticos ejercicios de fe y paciencia para hacerte con una copia de cosas que no estaban a tu alcance. También era un campo minado porque había gente que pasaba un rato graciosísimo enmascarando otros videos bajo nombres conocidos.
Vamos, que si descargabas Blancanieves puede ser que no fuese la peli de Disney.
Videos violentos, recopilaciones chungas, porno... había de todo y te tragabas, lo quisieras o no, fragmentos de cosas que no querías ver, quizás por una mezcla de morbo, incredulidad, inocencia y estupefacción ante la situación de que ese archivo, que habías estado descargando durante días, fuese un fraude.
La cinta Duncan arranca justo ahí para llevarnos, en un paseo corto, hasta lugares bastante más oscuros.

Robby y sus dos amigos, Danny y Jordan, en plena efervescencia adolescente de mediados de la década de 1990, buscan un video porno para ver la noche de un viernes cualquiera. Entran en un chat y les pasan un enlace de descarga, que tarda un buen rato en descargarse.
Cuando terminan, le dan al play y... aparece un tipo dando algunas explicaciones y pegándose un tiro en la cabeza.
Ya no hay vuelta atrás, esa imagen va a estar grabada a fuego en sus cabezas y fuera de ellas, ya que comienzan a ver la horrenda cara del hombre muerto en la vida real, suplantando la cara de personas reales (amigos, familia, profesores...), convirtiendo su existencia en una pesadilla.

Todd Keisling estructura esta novela corta en diferentes tiempos, desde ese grupo de amigos a mediados de los 90 hasta un punto más actual, con esos chicos creciditos y con menos contacto entre ellos.
Esa estructura establece unos cimientos potentes para una novela corta; siempre captando tu interés, siempre dejando nueva información.
Keisling, además, se las apaña para crear una atmósfera oscura, densa, alejándose de la risa tonta que podría generar una premisa así con un grupo de adolescentes de protagonistas. Ni cachondeo (lo justo y necesario) ni nostalgia más allá de la que exige su argumento.
Otro punto a favor es la extensión: no da vueltas innecesarias ni deja cabos sueltos. 
150 páginas perfectamente aprovechadas.

El imaginario de La cinta Duncan, entre generaciones Millenial y Z, bebe mucho de creepypastas, leyendas de internet, metrajes encontrados y con un ancla echada en las historias clásicas de materiales (libros, películas, fotos...) malditos. 
Muy creepypasta, como decía, tanto en desarrollo, con esa voz directa que aporta credibilidad y cercanía, en el uso de tecnología parcialmente obsoleta y ese ambiente extraño, pesimista, que nos lleva al punto fuerte de la novela: su visión del suicidio.

Parece un destripe gordo, pero no: la temática del suicidio está presente en el libro ya desde su premisa. 
Vamos, desde la primera página, con una advertencia del propio autor.
El enfoque del suicidio tiene toda la carga dramática, oscura y reflexiva que requiere un concepto tan serio y preocupante pero, además, lo une con esa angustia existencial que se relaciona con el paso a la vida "adulta", con ese enfoque generacional que comentaba y hasta con el caso de adultos que se ven atormentados por una vida que, seamos justos, es una mierda.


Como todo buen creepypasta o novela de terror, La cinta Duncan tiene un pie en la realidad y otro en la ficción. 
La grabación real sobre el suicidio de un político nos lleva a Budd Dwyer, el caso real detrás de la grabación de la novela.
Dwyer, senador republicano de Pensilvania, se suicidó en 1987 durante una comparecencia retransmitida en directo, mientras esperaba juicio por un buen puñado de causas por corrupción, malversación de fondos públicos y demás. Terminó la rueda de prensa, sacó unos sobres con notas para su esposa, el gobernador del estado y otras informaciones, sacó una pistola y dijo algo así como "Por favor, abandonen la sala si esto les va a perturbar" antes de disparar.
Emitido en directo para la televisión pública de Pensilvania, en pleno enero, con un temporal de nieve que había dejado a los escolares en casa, delante del televisor.
En el 87 no existía el concepto viral pero aquello tuvo que serlo, sin duda.
Tampoco ayuda que se incluyese en un infame recopilatorio en video de escenas escabrosas llamado "Traces of death" que corría sin control durante la época dorada de los videoclubs.
Esta historia, recogida en el maravilloso prólogo de Max Booth III, también refleja la impronta que dejan estos vídeos, estos flashes de escenas terribles y violentas, que muchas veces ves sin querer o sin ser consciente, se quedan grabados a fuego y que desde el apogeo de Internet corren sin control por cualquier medio.


La cinta Duncan es una novela corta pero intensa y ese es parte de su encanto: aprovechar a la perfección las 150 páginas de relato.
Y sin relleno, con una historia que toca temas importantes como el sucidio, la marca que dejan ciertos contenidos en nuestro cerebro, el desencanto generacional o la soledad.

Todd Keisling es capaz de aunar los efectos de una atmósfera oscura y deprimente con elementos sacados de una leyenda urbana actual, como cintas de vídeo malditas, colecciones de vhs prohibidas y modificación de la realidad. Todo bajo el paraguas de estar parcialmente inspirado en una historia real, que potencia los efectos de la lectura. Real y personal, tendréis que leer el epílogo para conocer más.

La Biblioteca de Carfax vuelve a acertar con la inclusión de esta novela en su catálogo, aportando otro ejemplo más de narrativa actual de terror. Y un detalle que me ha gustado especialmente: en la traducción de Shaila Correa se incluye una nota explicando que Devil's Creek, novela larga de Keisling, va a publicarse próximamente en castellano a través de Dilatando Mentes. Un detalle, como digo, que potencia la idea de la colaboración necesaria entre editoriales: si me gusta La cinta Duncan me acercaré a Devil's Creek y viceversa.

Al contrario de lo que ocurre en la trama de La cinta Duncan, lo que presenta la obra de Todd Keisling no es una trampa para leer una novela menor. No vais a encontrar una lectura facilona sobre videos de internet malditos ni nostalgia podrida; os vais a enfrentar a una novela oscura, bien planteada y mejor ejecutada.
Magnífica.

2 comentarios:

  1. La verdad que todo lo relacionado con el creepypasta me llama muchísimo la atencion. Como el formato nació para contar historias en un medio nuevo (desde extractos de conversaciones en un foro, leyendas transmitidas, o videos que han desaparecido pero que el texto te describe), como evolucionó a piezas entre lo absuro y lo mediocre como toda la mitología surgida alrededor de Jeff the Killer y como ha sido reabsorbida por la literatura como una forma de inspiración. Algo parecido con esos noventa y ese primer internet de modems, páginas gore, descargas interminables que era un poco el salvaje oeste de la web...me pregunto si dentro de unos años el "internet muerto" del que hablan ahora, con buscadores que solo devuelven compras, redes sociales de bots e imagenes de IA servirá como referencia a alguna novela de terror. En todo caso, tomo nota, como muchas otras de las cosillas que está sacando Carfax (en mi casa están a tope con Stephen Jones, y yo, esperando a poder leer algo más de Barron).

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    1. Creo que justo eso que comentas es esencial: la capacidad que tiene el terror (o el horror) para adaptarse y darle una vuelta a cualquier elemento social, popular o cultural. Al igual que comienzan a aparecer estas lecturas sobre un internet antiguo, irán apareciendo actualizaciones ligadas a los avances; que si un buscador muerto, un Netflix demoniaco o cualquier cosilla similar, siempre ligado a elementos psicológicos propios de la época (como el suicidio, en este caso).

      Graham Jones es un tipo que adoro y me pasa igual: necesito más Barron (si te puedes hacer con El Rito, que editó Valdemar hace unos añitos, vas a gozar).
      ¡Gracias por leer y comentar!

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