Al menos, para mi.
Cada vez me atraen menos las novelas con temática galáctica, las movidas espaciales, con sus naves, batallas, ciencias al límite, complejísimos sistemas sociopolíticos y sagas larguísimas.
Pero hay veces, contadas ocasiones, en las que derribo esos prejuicios autoimpuestos y, digámoslo, sin fundamento, para lanzarme a los brazos de una buena epopeya estelar.
Una memoria llamada imperio es el debut de Arkady Martine y tiene mucho de lo que me gusta y poquito de lo que no: una space opera repleta de secretos, investigación, grandes personajes, un juego maravilloso entre el lenguaje y su significado, identidades afectivas y conflictos políticos.
Título: Una memoria llamada imperio
Autora: Arkady Martine
Editorial: Nocturna, 2024
Traducción: Ismael Attrache
Páginas: 480
Rústica con solapas.
Cuando la embajadora Mahit Dzmare llega al centro del multisistema imperio teixcalaanlí, descubre que su predecesor, el anterior embajador de su pequeña y ferozmente independiente estación minera, ha muerto en extrañas circunstancias. Y nadie parece dispuesto a admitir lo innegable: su muerte no ha sido accidental y ella podría ser la siguiente.
En medio de la tensa atmósfera que se respira en los niveles más altos de la corte imperial, Mahit debe averiguar quién está detrás del asesinato y proteger su estación de la incesante expansión de Teixcalaán, al mismo tiempo que investiga una fascinante cultura alienígena, manipula sus engranajes políticos y se esfuerza por preservar el letal secreto tecnológico que esconde; uno que podría rescatar su estación de la aniquilación... o sepultarla para siempre.
En toda buena novela de fantasía o una epopeya galáctica, como este caso, se crea un mundo lleno de personajes, lenguajes, relaciones, cultura y demás que puede llegar a abrumar si eres como yo y sientes la necesidad de metértelo todo de golpe en la cabeza.
Pero, en este sentido, Una memoria llamada imperio, primera entrega de la bilogía Teixcalaán, resulta muy asequible. Además de saber construir ese mundo con la pausa y originalidad necesaria, la novela tiene un argumento que casi podría funcionar bajo cualquier ubicación.
Mahit Dzmare es la embajadora de Lsel, una independiente y pequeña estación minera, ubicada en los límites del vasto imperio Teixcalaanlí, y debe acudir a la capital del imperio.
¿El motivo? Su predecesor en el cargo ha aparecido muerto y Mahit es llamada a consultas, ante la más que previsible expansión del imperio hasta Lsel. Los imperios no se mantienen en el tiempo por arte de magia y Teixalaán utiliza la estrategia de absorber cualquier planeta o civilización que necesite o quiera.
Vamos, que llaman a tu puerta con una anexión amistosa o vas a comprobar su músculo militar.
Y un embajador muerto, de una pequeña, rebelde pero muy rica en minerales esenciales, colonia minera es un problema, tanto diplomático como estratégico.
Mahit Dzmare va a ser nuestra acompañante y junto a ella conoceremos los secretos y costumbres de tan vasto imperio, mientras intenta descubrir los secretos tras la muerte de su predecesor.
Y hay movida, vaya si la hay.
Y mucho que aprender.
Teixcalaán es un imperio basado en el poder de un emperador, con una corte de confianza, una burocracia eterna llena de cargos intermedios y unas estrictas normas sociales, con una estratificación de la población muy clara y un uso peculiar del lenguaje.
Las palabras tienen poder y en Teixcalaán representan ideas que van más allá de su significado, unido a la importancia que tiene la poesía como forma de comunicación.
Los ciudadanos del imperio expresan parte de sus ideas, inquietudes o protestas en forma de poesía, un estilo que requiere de un esfuerzo a la hora de poner en contexto cada idea.
De ahí sale la marcada importancia que tiene en la novela el lenguaje y debemos adaptarnos al mismo ritmo que Mahit. Estamos en un mundo en el que la palabra imperio puede significar hogar, universo o todo lo que existe, depende de lo leales que seamos en esa interpretación.
O un inocente poema (¿hay poemas inocentes?) puede desencadenar una rebelión.
El lenguaje es uno de los puntos fuertes de la novela y da muchísimo juego, al igual que su concepto de identidad, ideas íntimamente relacionadas.
Arkady Martine crea una historia en la que hay personajes, sin más, casi sin estar constreñidos por un género o identidad tradicional. En el imperio los nombres se construyen con una mezcla de un número y un sustantivo, que indica estatus, pertenencia a algún departamento y algún tipo de información adicional.
Tres Posidonia, por ejemplo.
No hay información relativa al género ahí y eso, eso es muy importante. Tan importante que derriba las barreras de determinadas partes de la narración, eliminando casi por completo ese sesgo o esa información que muchas veces damos por sentada, conectando con las relaciones afectivas entre personajes.
Cuerpos y mentes, que alcanzan su climax en la relación que mantiene un personaje (sin spoilers, ya sabéis) que debe coexistir íntimamente con otra persona muy diferente.
¿Una exploración de las identidades de género y afectivas no normativas?
Obvio, cristalino y necesario.
También hay ciencia en Una memoria llamada imperio pero no se detalla de forma tan exhaustiva como en otras novelas de ciencia ficción. Tiene, incluso, una idea central que no voy a revelar pero ya hemos visto y leído otras veces, con un enfoque que sorprende y que mantiene la novela viva de principio a fin. Algo sobre una tecnología secreta de Lsel que...
Y hay puertas estelares, naves, minería espacial, armas de conmoción, clonación, etc.
Sociedad, lenguaje, identidad y ciencia, pero también hay una trama de espionaje, de secretos ocultos, tramas palaciegas y sociales que es un enorme punto a favor. Embajadores muertos, secretos, problemas sucesorios, pueblos que se niegan a ser asimilados por el imperio, propaganda, servicios secretos y amenazas que parecen surgir de las oscuridades de las fronteras del mundo conocido.
Este es el punto en el que más se aprecia que esta novela podría funcionar en cualquier ubicación.
¿Embajadores durante la guerra fría?
Perfecto.
¿Tramas de algún imperio histórico?
También.
¿Un entorno de fantasía épica?
Adelante.
Y no lo digo como demérito, ojo, si no como triunfo mayúsculo.
Arkady Martine despliega un arsenal de virtudes en su debut, con una novela que mantiene el interés de principio a fin. Una narradora que sabe alcanzar el equilibrio entre ritmo, ideas, diálogos y construcción del mundo; todo con una gran y marcada personalidad. Tampoco esperéis un frenesí: el ritmo es pausado, quizás a veces demasiado, con alguna vuelta de más y repetición de conceptos que pueden lastar segmentos de la lectura, hasta que vuelve a remontar.
Brilla en los personajes, claro, y en ese saber introducir ideas originales o complejas sin abrumar.
No me arrepiento de lanzarme a leer Una memoria llamada imperio, pese a mis problemitas que os comentaba al principio.
En absoluto.
Me parece una de esas lecturas que marcan el futuro de un estilo.
Un referente que aporta una serie de ideas que van a servir como ejes futuros para construir sobre ellas.
Y no lo hace desde la pura originalidad máxima, claro. En la novela hay, como se dice en la sinopsis, ideas que pueden venir de La llamada o Dune, pero también de The Expanse, novelas y sagas de libros, adaptados al cine o serie, que han calado en la cultura popular. Eso no es malo, en absoluto, todo surge de una fuente previa, pero con las ideas propias y modificaciones que añade Martine, se crea algo nuevo.
Propio.
Personal.
Por cierto, a lo que más me recuerda la novela es a las mil y un tramas secundarias que se daban dentro de La Ciudadela de Mass Effect.
Casi nada.
Nocturna apuesta y gana con la publicación de esta obra, ganadora del Premio Hugo y finalista del Nebula. Cuenta con la traducción de Ismael Attrache, meritoria debido a ese juego entre palabras y significado.
A desolation called peace marca el final de esta bilogía y terminará por cerrar las historias que deja abiertas Una memoria llamada imperio.
Cuento los días para que se anuncie su lanzamiento.
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