Fragmentos de memoria, de épocas pasadas, que nos generan diferentes sensaciones. Algunos nos reconfortan, nos llevan a lugares y momentos felices; otros nos acechan y acosan, casi como fantasmas ansiosos por cobrarse una venganza.
La noche de Venus, la nueva novela de Rubén Sánchez Trigos para el recién estrenado sello Pazuzu de Dolmen, es una magnífica historia de terror en la que los recuerdos, las interpretaciones de hechos pasados y la madurez juegan un papel importante.
También hay elementos que dan bastante mal rollo y una cantidad importante de imágenes que os va a costar olvidar.
No penséis que esto va a ser un pacífico fin de semana en un campamento...
Título: La noche de Venus
Autor: Rubén Sánchez Trigos
Editorial: Dolmen
Páginas: 236
Rústica con solapas.
Raúl tenía quince años cuando se enamoró por primera vez. Y aunque todo el mundo a su alrededor pensaba que Arantxa era un monstruo por culpa de las terribles cicatrices que arrastraba desde aquel incendio, él veía en ella lo que nadie más era capaz. Ahora, quince años más tarde, Raúl se dirige a lo que amenaza con ser un reencuentro nostálgico con sus viejos amigos de la adolescencia en el antiguo campamento de verano.
Raúl no va a admitirlo ante sí mismo, pero está inquieto: Arantxa también asistirá. Sin embargo, ¿dónde ha estado en todo este tiempo? ¿Por qué nadie ha vuelto a saber de ella? ¿Qué le ha pasado?
Es la noche de Venus.
La noche en que los monstruos y los primeros amores se confunden.
Y nadie saldrá entero de ella.
La noche de Venus es la nueva novela de Rubén Sánchez Trigos, autor de novelas como Bajo el Barro y guionista de películas como Viejos.
No sé si esto último acabó de pronunciarlo o no. En esta historia, solo los hitos cruciales son los que son. El resto, es mejor que lo sepas ya, es humo. Y ya sabes que el humo lo confunde todo.
No me gustan los destripes ni navegar demasiado por los argumentos de las novelas en estas reseñas. Y esa también es una máxima que me aplico a mi mismo: cada vez presto menos atención a los argumentos. Con cuatro ideas principales, unas nociones básicas de los temas, ya me hago una idea.
La noche de Venus es una de esas novelas en las que merece la pena meterse sabiendo lo mínimo y no porque se revele demasiada información, la cuestión viene por otro lado.
Un grupo de amigos que se reúnen después de una década, viejas relaciones y un campamento vacío: lugares tan comunes que pueden llevaros a equívoco, a pensar que sabéis lo que esconde esta noche tan particular.
Pero no, no todos los senderos son familiares.
Las primeras horas de esta noche si que pueden resultar familiares. Después de un primer capítulo intrigante y arriesgado, que no conectaremos hasta el último tercio de lectura, el protagonismo recae en Raúl, un tipo normal que acude con su pareja actual a una reunión de viejos amigos en el campamento en el que solían pasar los veranos.
Amigos de toda la vida de esos que apenas ves un par de veces al año pero también un primer interés amoroso, encarnado en la figura de Arantxa, una mujer deformada por un incendio ocurrido durante su infancia.
Y, como en cualquier historia de terror buena (y esta, lo es), los sucesos extraños, las señales y advertencias comienzan en el camino al campamento, hasta estallar en la llegada al mismo.
¿El resto?
No voy a comentar mucho más, pero hay abundancia de giros, un ritmo rapidísimo y tensión hasta la última página, de la mano de una extrañeza creciente, rematando en un magnífico final.
¿Veis? Todo cosas conocidas, asideros a elementos reconocibles asociados al terror. Rubén Sánchez Trigos, como buen conocedor y estudioso del género, sabe dónde comenzar a generar interés y cómo llevarnos por senderos menos iluminados.
Y eso, todo eso, comienza en la narración y la estructura.
Salvo contadas excepciones (el primer capítulo, por ejemplo) Rubén Sánchez Trigos utiliza un narrador en primera persona, el propio Raúl, protagonista de la historia.
Un estilo ágil, con mucho diálogo, que encaja como un guante con la estructura en capítulos cortos dentro de una novela también corta, con algún salto temporal, por eso de que los recuerdos son juguetones.
¿Qué ganamos con ese narrador?
Una relación inmediata con Raúl, imprescindible para la atmósfera y tensión de una historia de terror.
Añade, además, una capa extra a la lectura, relacionada con el juego de los recuerdos.
La noche de Venus basa parte de su interés en las relaciones entre sus personajes pero, especialmente, en la relación entre Raúl y Arantxa, tanto en la actualidad como en su adolescencia.
Algo pasó entre ellos en el último año del campamento, hace 15 años, una situación que Raúl no puede o quiere recordar. Arantxa era ignorada y machacada por sus quemaduras, la falta de un ojo y un brazo pero Raúl se sentía tan atraído por ella como sólo puede hacerlo un chaval de 15 años. Incluso cuando en ese último campamento Arantxa cambió de aspecto y comportamiento.
Raúl Sánchez Trigos hace un acercamiento muy inteligente: al narrar en primera persona, con la voz de Raúl, todo lo que vemos es a través de sus ojos. Arantxa es su visión de Arantxa, de sus lesiones, su deformidad, el campamento funciona bajo su prisma de recuerdo de juventud, etc.
Pasa lo mismo con el resto de personajes, todo son interpretaciones de Raúl, salvo por los diálogos.
Creo.
Quizás...
Además de ser un trabajo bastante laborioso y conscientemente sesgado resulta, a su manera, honesto. No entra al doble juego, generalmente fallido, de contar la historia desde el punto de vista de Arantxa. Lo sabremos todo a su debido momento y emitiremos nuestro juicio, claro.
No corresponde a los fantasmas la decisión de quedarse en este mundo, sino a nosotros. Somos nosotros quienes los retenemos. Qué es un fantasma sino el resultado de nuestra incapacidad para aceptar los ciclos naturales de la vida. Un fantasma no solo nos recuerda que somos mortales, nos recuerda que la existencia casi nunca es como nosotros deseamos que sea.Que todo termina alguna vez.Incluso cuando no nos hemos dado cuenta.
Gran parte de La noche de Venus se centra en el pasado, en cómo llenamos de falsos recuerdos nuestros recuerdos. O de cómo nos imaginamos cosas que no sucedieron, llegando incluso a olvidarnos y bloquear esos hechos.
¿Es el pasado, o el recuerdo, el auténtico monstruo de la historia? Un monstruo que nos inmoviliza, lleno de recuerdos que nos acosan y no nos dejan avanzar. O como un estigma de aquello que nos avergüenza, de lo que hicimos mal en el pasado.
Hablo de monstruos porque en La noche de Venus los hay, reinterpretando algún que otro mito clásico bajo una mirada actual.
Puntos de vista, juventud y recuerdos. Monstruos para ojos ajenos, amoríos y el frío de la vergüenza que nos paraliza.
¿Os suena?
Seguro que sí y eso es porque La noche de Venus es biográfica. No me atrevo a aseverar que autobiográfica (bueno, lo afirmo porque estuve en la presentación del Celsius) pero representa hechos vividos por personas de una (o varias) generaciones. Tanto desde el punto de vista de Raúl como del de Arantxa.
Así que ese uso de la primera persona cierra un círculo casi perfecto.
Hay mucho terror en La noche de Venus, cosa que no sorprende viniendo de Rubén Sánchez Trigos. Tirando de referencias directas y de trabajos previos, hay mucho de Bajo el barro, su anterior novela, en esta noche. La juventud añorada, esa perversión de las actividades juveniles, las pesadillas que nos persiguen hasta la vida adulta, etc. También hay una atmósfera común con Viejos (Raúl Cerezo, Fernando González Gómez, 2022), película cuyo guión firma, con ese ambiente opresivo, que se va cargando con el paso de las páginas/minutos, hasta un final que va más allá de lo esperable.
También hay elementos del slasher (el que queráis), de ¿Quién puede matar a un niño? (Chicho Ibáñez Serrador, 1976), de John Carpenter (veo a Carpenter en todos sitios, ya lo se), de cine más moderno casi como un Tú eres el siguiente (Adam Wingard, 2013) a la inversa (...no se si me entendéis...) y de mucho más. Personalmente, hay partes en las que me sentí como jugando a cualquier videojuego de Supermassive Games, como The Quarry o Until dawn.
Mención aparte para esos toques de folk horror que van germinando en la novela hasta alcanzar una gloriosa floración con destellos de cierto relato de Clive Barker, por ejemplo.
Un curioso punto en común con otra novela que leí recientemente, con visos de Adam Nevill, como es Pinos blancos de Gemma Amor. Por aquello de que las ideas viajan en grupo y a veces, deprisa. Como los muertos.
Recuerdos.
La noche de Venus es una novela de recuerdos y al leerla también viajé por los míos. Quizás fuese porque la leí en apenas dos tirones o porque es verano y hace calor pero la lectura me llevó a las tardes y noches de los veranos de mi adolescencia.
Horas de estar en casa, con la ventana abierta, y leer los Especiales Verano de Forum (Spiderman, siempre el bueno de Spidey), algún ejemplar rojo de Stephen King o un Pesadillas y completar con algún vhs de alquiler.
O, siendo algo más mayor, un ciclo de cine de terror que se hacía en la Casa de Cultura, completando la experiencia con los primeros visionados de Rabia, Basket Case, Ringu y cosas así.
Tiempos felices...o tiempos que creo que fueron felices.
Todo depende de cómo y quién narre la historia.
La nostalgia nos atenaza, nos convierte en piedra ante lo que creemos que hicimos y lo que hicimos, covirtiéndonos en estatuas de sal sin falta de mirar atrás.
La noche de Venus es, sin duda, una de mis novelas favoritas del año, de la mano de un Rubén Sánchez Trigos que acaba de pegar un salto mayúsculo. Ya con Bajo el barro me había convencido pero ahora pule parte de los elementos menos brillantes de esa novela, dando forma a una novela corta que no da un respiro, marcadamente cinematográfica, que asume riesgos, remueve heridas y deja algunas escenas para el recuerdo.
Recuerdo que, quizás, nos convierta a todos en ceniza.
Un debut inmejorable de la línea Pazuzu de Dolmen, junto con La novia roja de Marina Tena, con un formato que me ha gustado bastante.
Una reunión de viejos amigos en un campamento, recuerdos bloqueados del pasado, secretos, monstruos, reconstrucción de algunos mitos y toques de folk horror.
Y una buena capa de terror.
Todo eso es La noche de Venus.
He disfrutado tanto que me siento culpable.
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